dimarts, d’agost 07, 2007

Sueño



Llegué en una barca a una playa desierta, en alguna isla perdida de mar turquesa y salvaje, tipo LOST. En la barca había más gente, alguna conocida, otra no. La playa estaba rodeada por un altísimo y escarpado acantilado vertical, y en lo alto del acantilado había una casita que se suponía era nuestro destino. Abandonamos la barca y manos invisibles nos subieron hasta la casa en arneses, que quedaron allí colgados. De repente me encuentro en el interior de la casita, todo el grupo guiado por el anfitrión. El anfitrión a veces era un hombre, a veces una mujer, en realidad era un ser andrógino de pelo corto y bellos ojos. Parecía que le conocía de hacía mucho tiempo, y mi cerebro consciente le asoció a Mónica, una amiga de mi cuñada que está viajando por Sudamérica desde hace más de un año, a su bola, sin dinero, consiguiéndolo como puede, totalmente libre. Pero no era Mónica. Aquel ser vivía solo allí arriba, feliz, libre. Nos contó que había abandonado su vida anterior y era feliz allí, viendo las olas romper junto a su ventana, ya que en mi sueño el mar tenía distintos niveles y algunos brazos salpicaban incluso sus ventanas. Llegábamos a la cocina, y me dijé en que era una casa prefabricada, enmoquetada y con el papel de las paredes desconchado. La puerta que daba al exterior no cerraba del todo bien y se colaba una brisa fresca. Recuerdo que pensé: "Aquí en invierno debe de hacer un frío!" Y me sentí un poco decepcionada. Esperaba que aquello fuese un paraíso, pero no lo era. Aunque miré el rostro del ser que lo habitaba y vi absoluta felicidad. Entonces me pregunté: "¿Seguro que esto no es un paraíso?" Salimos todos por la puerta de la cocina a un camino de tierra estrecho cuya orilla se convertía en un precipicio sobre el mar. Yo tengo vértigo, así que estaba preocupada por cómo bajaríamos de allí. Así que le pregunté al anfitrión: "Y ahora cómo bajamos?" Y él me contestó alegremente, señalando el fondo del caminito, que se perdía cuesta abajo en un complicado descenso sobre la nada: "por este camino, cogéis una rama grande para apoyaros y será muy fácil". Yo no lo vi nada claro y seguí preguntando, ante la impasividad de mis compañeros de viaje: "Pero este camino parece peligroso, ¿`por qué no bajamos por los arneses como hemos subido?" El anfitrión contestó sonriente: "Sí, es muy peligroso, pero no hay nada que temer. Y si bajáis por los arneses, ¿Qué gracia tendría?" Yo miré los arneses a lo lejos, colgando lánguidos en el borde del acantilado y lo entendí. (Ahora no lo entiendo, pero entonces lo vi claro). Como tenía mucho miedo, fui la primera en poner el pie sobre el camino de vuelta, aventurándome al peligro sin siquiera escuchar el resto de consejos del anfitrión. Y lo que pasó fue que el camino se convirtió en un pequeño barranco que terminaba en un pequeño brazo de mar estancado, pero furioso. Mi pie se hundió en unas algas amarillentas que asomaban desde el barranco hacia el agua, y el anfitrión, siempre sonriendo, vino en mi ayuda:"No, debes saber cómo sortear los obstáculos. Hay que mirar bien". Me levantó, sacando mi pie de las algas escurridizas, y me mostró como sortear aquella parte del camino. Lo que hizo fue tirarse al agua turquesa, pero unos metros más a la izquierda de donde yo había hundido el pie, y yo creí entender que allí la corriente no era tan fuerte y que no había peligro. La gente hacía cola tras de mi, en silencio. Yo trataba de saltar al agua, pero estaba muy alto, tenía mucho miedo. Mientras me ponía todo tipo de excusas (perderé las gafas, con zapatos me hundiré, en esta isla el agua está muy fría..., el anfitrión me esperaba abajo sin perder su sonrisa. me advirtió que no me tirase junto a las algas, porque había peligro de muerte. Como yo no me decidía, al final una de mis compañeras, que resultó ser Maribel (quien en mi vida real es una compañera, amiga, hermana) me empujó desde atrás y yo caí al agua. Curiosamente el agua no estaba fría ni mojada, sino extrañamente cálida. Entonces experimenté una cosa extrañísima: mientras estaba ya en el agua, junto al anfitrión, sintiendo cómo la corriente nos empujaba hacia una orilla mucho más amigable, desde donde el camino seguía en plano, vi cómo yo misma me volvía a tirar al agua! Y caía justo en la zona peligrosa amarillenta. El anfitrión y mi yo observadora nos acercábamos y ayudábamos a mi otro yo a salir de ese lugar. Y vi que mi otro yo era una niña pequeña... De repente desapareció mi otro yo, tras de mi se tiraron el resto de mis compañeros. Escuché a uno de ellos, Egotisto, decir que había pasado mucho miedo tirándose, porque no se sabe nunca lo que puedes encontrar en el fondo. Pero en general estábamos todos aliviados. Poco a poco la corriente cálida nos llevaba a la orillita pacífica. Y en este preciso momento, mi peque me despertó al grito de "aguaaa aguaaaa". :-)

Està bé sentir-se una mica trencat

Està bé sentir-se una mica trencat, perquè tots ens hi sentim de vegades. Tots tenim mal de vegades, tots plorem, i quan tot està malament é...