Yo estoy acostumbrada a vivir plácidamente dentro del primer grupo: los que navegamos entre dificultades de grados 0 al 1, que normalmente se solucionan invirtiendo tiempo (me han denunciado en mi compañía de seguros del coche por un accidente que jamás he tenido) o dinero (nadie puede ir a buscar al Bichito a la guardería los martes).
Cuando aparece la sombra de un problema de grado 10 afectando a alguien a quien quiero se me ponen los pelos como escarpias. Y esto me lleva sucediendo, con más o menos interrupciones, desde hace ya dos años. Enfermedades varias, unas existentes, y otras simples posibilidades por ahora descartables, planean sobre la persona a quien más admiro de mi vida: mi madre. Huelga decir que además de admirarla la AMO.
No puedo más que pedirle a la Vida que todo esto sean solo sustos, que queden en conversación de cena de Navidad, que en un futuro no muy lejano nos riamos acordándonos de tantas pruebas y tantos diagnósticos, y que mi mami se quede conmigo eternamente, si puede ser... Si no puede ser, 110 años estarían bien.
Gracias, Vida. Gracias.
